¿Por qué?

Después de leer las memorias de Alejandro Llano, un filósofo español, en su libro "Olor A Yerba Seca", redescubrí mis propias memorias, y de alguna manera también desperté de un profundo sueño en el que me había sumido y creo que todos tenemos a veces que volver a "despertar".

Y al oler nuestras propias yerbas secas, recordaremos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos...

domingo, 22 de noviembre de 2015

La música, los filósofos y la amistad (Parte II)

Al hilo de la última publicación, seguimos con nuestro autor invitado dando unas breves pinceladas sobre uno de los valores más importantes que tiene el hombre: la Amistad. Y que, encontrarla y ser encontrado por ella (la Amistad) es una de las aventuras más grandes que un hombre puede experimentar. Después de todo, "un amigo es un tesoro" y "donde está tu tesoro, ahí está tu corazón". Para poder captar la hondura de la Amistad, más que preguntarse sobre presupuestos teóricos de sus "características" o "postulados", debemos preguntarlos quiénes han sido aquellos hombres valientes de vivir la Amistad en toda su plenitud. Por ello continuaremos hablando de uno de los ecuatorianos más grandes de la historia: Juan Larrea Holguín.

I’ll be there for you

El encuentro del amigo es lo primero, pero es solo un instante, una pequeña semilla capaz de germinar o morir. Para que eche raíces se ha de contar con el tiempo: tiempo para compartir, tiempo para ayudar, tiempo para pelear, tiempo para consolar… Sin tiempo no hay más que futuribles, amigos probables, compañeros de ocasión. La frase que más se repite en las canciones de amistad es «I’ll be there» (The Rembrandts, Divas, Jackson Five, Bon Jovi, etc.). Muchas veces se puntualiza «I’ll be there for you». Y esto es esencial a la amistad: estar ahí, gastar el tiempo. Aristóteles señalaba que «es connatural a la amistad compartir la vida con los amigos» (Ética nicomaquea, IX). Por eso suena tan normal oírles decir: «te estaré escuchando aunque no te pueda ver» (Alex Ubago), «no estarás ya solo, yo estaré» (Laura Pausini), «sé que es difícil, pero yo estaré aquí» (Belanova). Quien sólo mira sus cosas no tiene amigos. «Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas; son mis amigos por encima de todas las cosas», canta Amaral. Y en verdad, quien desea tener amigos, debe ponerlos como fin, dejando otras cosas: ha de salir temprano del trabajo, dormir algo menos las noches, dedicarles parte del fin de semana, dejar otras actividades para ir con la pandilla a echar unas risas. 

Sin descuidar los estudios, desde joven Juan aprendió a gastar horas, tardes y fines de semana con sus compañeros; a visitarles, a escribirles, a estar pendiente de sus grandes y pequeños sucesos. Especialmente intensa tornó su vida social en Roma, al cursar la carrera de leyes en la famosa Universidad de la Sapienza. Ahí tuvo la fortuna de conocer a san Josemaría, quien le cambió la vida. Con él intimó, dio paseos por la Ciudad Eterna y aprendió a profundizar en la amistad buscando lo que une, evitando lo que separa. Como a Juan le gustaba escalar montes, durante toda su vida llevó a muchos de sus amigos a este plan. Era la ocasión para charlar horas y horas sobre temas humanos y divinos. La conversación se iba al cielo… Una vez tuvo un despiste. Mientras subía sintió un dolor en los costados de ambos pies, que fue incrementando a cada paso. En la cima descubrió el motivo: ¡se había puesto los zapatos al revés! Estaba tan metido en la conversación, que esta “pequeñez” se le había pasado… 

En las Navidades no escatimaba tiempo para tener detalles con los amigos. En estas fechas escribía tarjetas de felicitación —durante años a mano— a más de 200 personas. También procuraba llamarles en su cumpleaños y dedicar tiempo a todos en las reuniones. Una vez fue condecorado en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador por su aporte a la ciencia del Derecho. En el agasajo fue llamativo verle no sólo con las grandes eminencias y figuras del momento, sino también con los estudiantes que se le acercaban y con todo el que quería hablar con él. La verdadera amistad no mide fuerzas. «Tal vez hay seres más inteligentes, más fuertes y grandes también (tal vez); ninguno de ellos te querrá como yo a ti, mi fiel amigo» (Toy Story). 

La amistad se manifiesta «alegrándose con el que se alegra y condoliéndose con el afligido», decía Santo Tomás, porque «cuando alguien ve a otros contristados de su propia tristeza, se hace como una ilusión de que los otros llevan con él aquella carga, como si se esforzaran en aliviarle del peso, y, por eso, lleva más fácilmente la carga de la tristeza» (Suma Teológica I-II, q. 3, a. 3). En ese sentido Juan procuró asistir a los entierros de los parientes de sus amigos, sabiendo lo que para ellos significaba, y nunca entendió a un individuo que por norma decidió jamás asistir a estos eventos. Quizá en la visita no se cruzaban muchas palabras, pero era el hecho de estar ahí. En esas ocasiones, como dice Roberto Carlos, «no preciso ni decir todo esto que te digo, pero es bueno así sentir que yo tengo un gran amigo». Además, como sacerdote asistió a gente de toda clase, fama y posición social en el lecho de muerte, incluso aunque hubieran sido sus “enemigos políticos” —de corazón Juan no los tenía—, logrando verdaderas conversiones de último momento.

Escrito por: Juan Carlos Riofrío

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