¿Por qué?

Después de leer las memorias de Alejandro Llano, un filósofo español, en su libro "Olor A Yerba Seca", redescubrí mis propias memorias, y de alguna manera también desperté de un profundo sueño en el que me había sumido y creo que todos tenemos a veces que volver a "despertar".

Y al oler nuestras propias yerbas secas, recordaremos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos...

domingo, 29 de noviembre de 2015

Hay una estrella

                   Apago mi tabaco y tengo que entrar a la clase de Inglés. Me siento en el puesto de siempre. Son las once de la mañana y aunque ya salió el sol; ahí estás tú, parado en la puerta con tu chompa de esquimal, mirando a la profe: "Excuse me teacher, may I come in?". Ella te mira, y dice "Of course Diego". Te sientas en el último puesto justo atrás mío, mientras notas que aún estoy terminando el deber. -¿Bro, era para hoy?  -¡Si ñaño!  Te ríes tan descomplicado como siempre y sólo dices -Bueno, préstame para tomarle una foto. Guiñas el ojo y sonríes. Después de un rato me enseñas la última canción con la que estás traumado: "Revolution Begins" de Arch Enemy. Te comento que la guitarra está espectacular y me dices: -No, escucha la letra.

                ¿Como describirte hermano? Tú eres el rock, esa es la única música permitida en tu nave. Y cuando te cortaste el cabello y te quitaste tus botas de cuero seguiste siendo el rock. Jamás dejarás de serlo. Eres todo un personaje, amante del Death metal y de las actividades rústicas. Culto hasta la última gota. Nadie sabe más de la historia prehispánica, la colonización española, religiones alternativas y culturas tan extrañas que haces dudar hasta de su misma existencia. Tienes detalles únicos con los que te rodeamos: en clases de lógica llevabas chupetes a algunos para "endulzar el día"; con otras tienes la manía de saludar robando la nariz aunque no les guste y a otros, no hay clase que no nos des un abrazo. No perteneces a ningún grupo, porque tú eres el grupo.      
                Te mueres de risa con nuestros chistes machistas, pero ambos sabemos que eres un gran caballero. Pides que te presenten amigas -a cualquiera- pues da igual, siempre sales con tu "yo las amo a todas" y al final las llamas "mujer" a cada chica, para no hacerte líos. No te importan los juicios ni prejuicios de quien te escuche. Contigo se puede hablar de lo más importante: de Dios y de chicas. Impones tu manera de pensar con calma y sutileza, y hasta con malas palabras, pues cuando hay que decir algo se dice y punto. Sin complicaciones. Eso es algo que no se encuentra en muchos: sinceridad.

Me quedas viendo y aún estas extendiéndome tu mano con los audífonos. Cierro los ojos y escucho en el fondo:
Since the day that you were born the wheels are in motion
Turning even faster – play your part in the big machine
The stage is set, the road is chosen
Your fate preordained

Súbitamente suena el despertador y esa canción se hace un eco lejano. Empiezo a notar un frío a mi alrededor. Siento que todo se desvanece y cuando abro mis ojos ya no estás ahí. Te estabas despidiendo y no me di cuenta. Me pongo mi camisa y corbata negras para ir a darte, no un adiós, sino un hasta luego. Me preocupa el hecho de no volverte a ver, prendo mi iPod y termino de escuchar la canción. Una pequeña brisa me roza y siento un abrazo mientras la canción dice: We are watching you – every step of the way

                Me pregunto si se puede conocer a alguien en tan solo meses. No, creo que ni si quiera una vida entera al lado de alguien es suficiente para descubrir la infinidad de maravillas que pueden esconderse en una persona. Sin embargo, tan solo meses es suficiente para tratar a una persona, para convertirse en compañero, en amigo, para quererlo... y tan solo meses es suficiente para extrañar a alguien para toda la vida. Sobre todo si ese alguien que se ganó el cariño de muchos, tan solo con una sonrisa, con una broma, con su sincera amistad. Hoy brilla una nueva estrella en el cielo que nos dice "Ama y ponte bien"; porque, quien en vida fue una sonrisa, no querrá que su legado sea de lágrimas. Hoy el cielo rockea y alguien fue llamado al concierto en primera fila. Y hoy Diego, tú eres la estrella. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

La música, los filósofos y la amistad (Parte II)

Al hilo de la última publicación, seguimos con nuestro autor invitado dando unas breves pinceladas sobre uno de los valores más importantes que tiene el hombre: la Amistad. Y que, encontrarla y ser encontrado por ella (la Amistad) es una de las aventuras más grandes que un hombre puede experimentar. Después de todo, "un amigo es un tesoro" y "donde está tu tesoro, ahí está tu corazón". Para poder captar la hondura de la Amistad, más que preguntarse sobre presupuestos teóricos de sus "características" o "postulados", debemos preguntarlos quiénes han sido aquellos hombres valientes de vivir la Amistad en toda su plenitud. Por ello continuaremos hablando de uno de los ecuatorianos más grandes de la historia: Juan Larrea Holguín.

I’ll be there for you

El encuentro del amigo es lo primero, pero es solo un instante, una pequeña semilla capaz de germinar o morir. Para que eche raíces se ha de contar con el tiempo: tiempo para compartir, tiempo para ayudar, tiempo para pelear, tiempo para consolar… Sin tiempo no hay más que futuribles, amigos probables, compañeros de ocasión. La frase que más se repite en las canciones de amistad es «I’ll be there» (The Rembrandts, Divas, Jackson Five, Bon Jovi, etc.). Muchas veces se puntualiza «I’ll be there for you». Y esto es esencial a la amistad: estar ahí, gastar el tiempo. Aristóteles señalaba que «es connatural a la amistad compartir la vida con los amigos» (Ética nicomaquea, IX). Por eso suena tan normal oírles decir: «te estaré escuchando aunque no te pueda ver» (Alex Ubago), «no estarás ya solo, yo estaré» (Laura Pausini), «sé que es difícil, pero yo estaré aquí» (Belanova). Quien sólo mira sus cosas no tiene amigos. «Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas; son mis amigos por encima de todas las cosas», canta Amaral. Y en verdad, quien desea tener amigos, debe ponerlos como fin, dejando otras cosas: ha de salir temprano del trabajo, dormir algo menos las noches, dedicarles parte del fin de semana, dejar otras actividades para ir con la pandilla a echar unas risas. 

Sin descuidar los estudios, desde joven Juan aprendió a gastar horas, tardes y fines de semana con sus compañeros; a visitarles, a escribirles, a estar pendiente de sus grandes y pequeños sucesos. Especialmente intensa tornó su vida social en Roma, al cursar la carrera de leyes en la famosa Universidad de la Sapienza. Ahí tuvo la fortuna de conocer a san Josemaría, quien le cambió la vida. Con él intimó, dio paseos por la Ciudad Eterna y aprendió a profundizar en la amistad buscando lo que une, evitando lo que separa. Como a Juan le gustaba escalar montes, durante toda su vida llevó a muchos de sus amigos a este plan. Era la ocasión para charlar horas y horas sobre temas humanos y divinos. La conversación se iba al cielo… Una vez tuvo un despiste. Mientras subía sintió un dolor en los costados de ambos pies, que fue incrementando a cada paso. En la cima descubrió el motivo: ¡se había puesto los zapatos al revés! Estaba tan metido en la conversación, que esta “pequeñez” se le había pasado… 

En las Navidades no escatimaba tiempo para tener detalles con los amigos. En estas fechas escribía tarjetas de felicitación —durante años a mano— a más de 200 personas. También procuraba llamarles en su cumpleaños y dedicar tiempo a todos en las reuniones. Una vez fue condecorado en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador por su aporte a la ciencia del Derecho. En el agasajo fue llamativo verle no sólo con las grandes eminencias y figuras del momento, sino también con los estudiantes que se le acercaban y con todo el que quería hablar con él. La verdadera amistad no mide fuerzas. «Tal vez hay seres más inteligentes, más fuertes y grandes también (tal vez); ninguno de ellos te querrá como yo a ti, mi fiel amigo» (Toy Story). 

La amistad se manifiesta «alegrándose con el que se alegra y condoliéndose con el afligido», decía Santo Tomás, porque «cuando alguien ve a otros contristados de su propia tristeza, se hace como una ilusión de que los otros llevan con él aquella carga, como si se esforzaran en aliviarle del peso, y, por eso, lleva más fácilmente la carga de la tristeza» (Suma Teológica I-II, q. 3, a. 3). En ese sentido Juan procuró asistir a los entierros de los parientes de sus amigos, sabiendo lo que para ellos significaba, y nunca entendió a un individuo que por norma decidió jamás asistir a estos eventos. Quizá en la visita no se cruzaban muchas palabras, pero era el hecho de estar ahí. En esas ocasiones, como dice Roberto Carlos, «no preciso ni decir todo esto que te digo, pero es bueno así sentir que yo tengo un gran amigo». Además, como sacerdote asistió a gente de toda clase, fama y posición social en el lecho de muerte, incluso aunque hubieran sido sus “enemigos políticos” —de corazón Juan no los tenía—, logrando verdaderas conversiones de último momento.

Escrito por: Juan Carlos Riofrío

viernes, 13 de noviembre de 2015

La música, los filósofos y la amistad (Parte I)

Tres clases de personas son las que mejor parecen captar el valor de la amistad: los filósofos, los artistas y los amigos. Los filósofos desde la hondura de su pensamiento descubren la esencia de la amistad, su peso, causas y efectos. Así, por ejemplo, Aristóteles ha observado que «el amigo es el más valioso entre todos los bienes exteriores, puesto que sin amigos nadie puede vivir» (Ética nicomaquea, VIII). Desde otra perspectiva muy distinta los artistas también han sabido recoger muchos aspectos de intimidad y camaradería que se dan en una atmósfera de aparente naturalidad, como «esos buenos momentos que pasamos sin saber» (Enanitos Verdes). La misma Oda de la Alegría fue compuesta para celebrar a «quien logró el golpe de suerte de ser el amigo de un amigo». Frente a la visión teórica de los filósofos y a la emotiva de los artistas, está la perspectiva vivencial. ¿Quién puede decir mejor qué es la amistad sino el amigo? Quizá éste no sea muy agudo de cabeza, ni sepa expresar la amistad en canciones, pinturas o poemas, pero será él quien mejor la defina con sus abrazos y sus risas, con sus desvelos y sacrificios, y hasta con sus mismas quejas. Más vale tener un amigo, que saber qué es la amistad.

Dentro de los millones de “amigos” que hay en el mundo, hemos escogido uno con una vida absolutamente extraordinaria. Este es Juan Larrea Holguín. Al hilo de sus conmovedoras anécdotas, de la música y de la filosofía atravesaremos las tres etapas de la amistad: su nacimiento, su cultivo y la eternidad.

Abrirse a nuevos mundos

«Do you need anybody? I need somebody to love», cantaban los Beatles. Todos desean amar y ser amados. Fuimos creados para amar y nuestro espíritu está inquieto hasta saciar este apetito. La amistad no es un accésit, ni un artículo de consumo, ni menos un producto de lujo. Nadie puede vivir sin amigos, decía Aristóteles, pues representan una imperiosa necesidad de naturaleza. Quien tiene menos amigos es menos humano; el solitario o es un dios o una bestia. Por eso da tanta alegría encontrar un amigo. Quien lo encuentra, como dice el refrán, halla un tesoro: descubre un nuevo mundo de sorpresas, un pozo lleno de proyectos de vida, «un plan para que se hagan realidad los sueños que soñábamos antes de ayer» (La oreja de Van Gogh). En el amigo se cumple a la letra el «build my world of dreams around you, I’m so glad that I found you» (Jackson Five).

Lo primero en la amistad es el encuentro. En la calle aguardan multitudes «just waiting on a friend» (Rolling Stones). Todos quieren tener «un millón de amigos» (Roberto Carlos). Y, sin embargo, la gente a veces tiene pocos amigos porque no sale al encuentro. Se cierran, claudican como personas, ya sea por soberbia, ya por simpleza, ya por pusilanimidad. No nos referimos aquí al sentimiento de pequeñez que, según C.S. Lewis, se siente frente al amigo: un amigo siempre es grande en algún sentido. Nos referimos, más bien, a la pusilanimidad que cohíbe, que frena e impide proponer una conversación a un político importante, a una celebridad o a un empresario de caudales. Otras veces lo que imposibilita la amistad son las ínfulas de grandeza y la pedantería. El que de entrada mira hacia abajo a quienes le sirven, a las personas de menor prestigio, cultura o escala social, o a quienes cuentan menos años, en el acto levanta una barrera insalvable para la amistad. Por último están los simplones, aquellos a quienes simplemente no les interesa la vida de los demás: ya están cómodos, ya nada necesitan. Sólo para un condenado «el infierno son los demás» (Sartre).

Juan tenía muchos amigos porque mucho los buscaba. La gente que más le trató afirmaba que dos eran sus principales virtudes: su enorme preocupación por los demás y su extremada delicadeza en el trato. Juan fue todo: abanderado (por ser el mejor alumno en el colegio), Premio La Salle, Premio Nacional Eugenio Espejo, Premio Tobar… (los premios más significativos del Ecuador) escritor de más de cien libros, abogado ilustre, mejor jurista del país, doctor honoris causa varias veces… a media vida recibió las órdenes y fue obispo de importantes diócesis, etc. Pese a tanto título siempre supo tratar a pobres y ricos, a cultos e ignorantes, a jóvenes y viejos con la mayor sencillez, «con ambiente festivo, con buen humor, sin ningún empaque de solemnidad», según había aprendido de san Josemaría. Desde niño supo hacerse amigo de los amigos de sus padres, hacerle conversa a aquellos que coincidían con él en el barco o en el avión, interesarse por la vida de sus compañeros de profesión, pasarlo bien con sus estudiantes, con sus feligreses y con gente de toda edad y condición. Se interesaba por todos, conocidos y desconocidos. Sin presentación previa escribió a muchos políticos, obispos y empresarios para felicitarles por las obras desarrolladas en servicio de la sociedad. Lo hacía pensando que «cuando uno hace algo mal, todos le caen; pero cuando se hacen obras buenas y hasta heroicas, nadie dice nada». Con tal convencimiento les escribía para animarles y afianzarles en sus decisiones. De esas cartas nacieron muchas valiosas amistades.

Quien desconfía no se acerca, ni llega nunca a encontrar un amigo. ¡Cuántos por ahí no suplican «to have a little faith in me» (Joe Cocker)! Juan confiaba en la gente y la gente se hallaba a gusto a su lado. Se sentían tan a sus anchas que con frecuencia le discutían cualquier asunto jurídico, sin arredrarse ante su prestigio intelectual. Muchos estudiantes y abogados objetaron su parecer en la clase o en el foro nacional, sosteniendo incluso tesis contrarias a la moral. Nada de esto fue obstáculo para que terminaran siendo buenos amigos. Tanto llegaron a estimarle, que un buen día los miembros del partido opuesto a sus convicciones le pidieron que les redactara sus propios estatutos. Juan sabía cosechar amistad hasta de los encuentros más hostiles.

Pero aún esto es decir poco. La preocupación de Juan por el prójimo le desbordaba. Un día iba en su pequeño Volkswagen por la sierra ecuatoriana y divisó dos indígenas que en el camino peleaban furiosamente, piedra en mano. Ya corría sangre por la cara de uno. Paró, se bajó y con prisa fue a separarlos. Al acercarse percibió que apestaban a alcohol. A pesar de su ebriedad, reconocieron la presencia del sacerdote y repusieron: «perdonarás, no más, padrecito, borrachos estamos». Juan dio fin, a las bravas, a esa pelea que pudo terminar en crimen. Otro día, en el mismo camino vio un grupo de campesinos apiñados en torno a algo o alguien. Intrigado paró el carro y averiguó que una indiecita acababa de dar a luz una niña ahí en el camino; iba apresurada al pueblo, caminando, y no alcanzó a llegar. Monseñor recogió a la madre y a la recién nacida, y las llevó a su humilde casita a dos o tres kilómetros del lugar. Ambas quedaron sumamente agradecidas. Para encontrar amigos muchas veces hay que frenar a raya el carro de la vida, bajarse un segundo e interesarse por los demás.

Viendo tan buenos ejemplos, a aquellos timoratos, simplones o soberbios que recelosos aún no se abren a los demás, cabría preguntarles «¿por qué no ser amigos, estar unidos, vivir sin miedo y en libertad?» (Hombres G). ¡Basta de ponernos barreras!

Escrito por: Juan Carlos Riofrío