¿Por qué?

Después de leer las memorias de Alejandro Llano, un filósofo español, en su libro "Olor A Yerba Seca", redescubrí mis propias memorias, y de alguna manera también desperté de un profundo sueño en el que me había sumido y creo que todos tenemos a veces que volver a "despertar".

Y al oler nuestras propias yerbas secas, recordaremos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos...

martes, 31 de mayo de 2016

El Payaso y el divorcio

Descartes decía que los libros son faros erigidos en el mar del tiempo y que la lectura es una conversación con los hombres más ilustres de los siglos pasados. Yo añadiría que, además de los libros, la sabiduría de los siglos pasados se encuentra oculta en las famosas “frases populares”. Cuán sorprendente es descubrir los tesoros escondidos, con enseñanzas tan magistrales, en estos dichos o refranes. Cuántas lecciones de prudencia se encierran, por ejemplo, en la frase el hombre es esclavo de lo que dice y amo de lo que calla. Cuántos problemas nos ahorraríamos si prestásemos más atención a los consejos de los abuelos.
La falta de atención a los consejos de los mayores, al igual que muchas otras cosas de la vida, me recuerda sobre la historia del payaso de Kierkegaard. En él se cuenta que en Dinamarca un circo fue presa de las llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha.
El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnífico truco para que asistiesen los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas.
Los grandes pensadores, filósofos y genios de la historia se han caracterizado por mostrarse siempre actuales, con postulados perennes, duraderos. Un denominador común entre ellos, es que tanto sus investigaciones, como sus planteamientos y tesis se han basado en la observación de la naturaleza, en una realidad objetiva. Sus propuestas no fueron fruto de un arrebato suelto de inspiración, del sueño de una noche de Verano, sino de un estudio ponderado y serio sobre causas y consecuencias. El genio jurídico de Juan Larrea Holguín no fue una excepción. No en vano, se ha merecido el título del uno de los escritores más prolíficos del Ecuador. Su pluma tocó diversos temas relacionados con las humanidades. En derecho alcanza las 200 obras publicadas y en los demás temas sólo tiene 100 libros. Ha sido el único jurista ecuatoriano que terminó de comentar el Código Civil de Don Andrés Bello, vigente en el país. Sin lugar a dudas Juan Larrea supo aprovechar el tiempo, pero sobretodo aprovechar el tiempo en lo que vale la pena. Por esa razón, una de sus preocupaciones más grandes -que se refleja en la cantidad de páginas invertidas- fue el matrimonio y la familia.
Juan Larrea en su libro "Derecho Matrimonial", que bordea las mil páginas, profetizo en 1985 el desenlace que tendrían la familia y el matrimonio si se continuaba legislando de acuerdo a corrientes pseudocientíficas y modernistas. Sobre el avance del divorcio comentaba:
Se sustituye la institución natural y divina por una arbitraria convención de hombres; se cambian los sólidos cimientos por bases de arena -¿Nos podremos quejar después de la ruina y destrucción de la sociedad?- (...) Es preciso, por tanto, si se quiere reformar las costumbres, robustecer la familia, evitar el avance de la criminalidad y la disminución de la natalidad, restaurar el matrimonio a su original dignidad y nobleza[1]
 ¿Qué tan certera fue la profecía de Juan Larrea? ¿Cuál es la realidad actual del Ecuador? Las estadísticas oficiales nos lo dicen. En 1985 la tasa de natalidad se encontraba en 32,42‰  y el índice de fecundidad en 4,21. Para el 2014 la tasa descendió a 20,78‰ y el índice de fecundidad a 2,54[2]; es decir a la mitad. En 1997, el número de divorcios llegaba a los 8.557. Para el año 2014, la cifra de divorcios ascendió a 24.771. Es decir, se triplicó. Hace 10 años el número de matrimonios en el Ecuador llegaba a los 74.036. En el año 2015 los matrimonios descendieron a los 60.636, mientras que los divorcios en ese mismo año llegaron a 25.692. Es decir, casi a la mitad. Esto quiere decir que prácticamente de 2 matrimonios, 1 termina en divorcio. O dicho de otro modo, cada vez que alguien se casa tiene el 50% de probabilidades que su matrimonio termine en divorcio.  
Siempre he creído que el principal problema de Ecuador, no es la economía sino la educación. De qué sirve que una persona genere grandes ingresos si luego no es capaz de invertirlo correctamente. Muchas veces esta crítica se la ha arremetido contra nuestros futbolistas, que una vez terminada su carrera exitosa, habían despilfarrado la plata y se encontraban de nuevo en la pobreza. Es necesario retornar la mirada a la institución que más frágilmente se encuentra hoy en día: la familia. Cómo podemos esperar tener un futuro prometedor, si tenemos niños criados en crisis familiares, problemas psicológicos, depresivos, familias que se destruyen y se pelean por riquezas en juicios de divorcios…  La familia es el núcleo de la sociedad y si es que retornásemos a los consejos de los grandes pensadores no sólo la familia se recuperaría sino que todos los ámbitos en donde la familia opera se verían mejorados: ámbito laboral, social, económico, político… Dicho más sencillamente: salvar a la familia es salvar el destino de la humanidad.    





[1] Cfr. JLH, Derecho Matrimonial
[2] http://www.datosmacro.com/demografia/natalidad/ecuador

sábado, 27 de febrero de 2016

El Divorcio: Un Problema de la Postmodernidad

       Uno de los serios problemas de nuestra sociedad ha sido la instauración del divorcio. Es decir, seamos serios: ¿Qué persona con dos dedos de frente -y un amor profundo a su novio o novia- que esté pensando seriamente en casarse, piensa también en cómo será su divorcio? ¿Acaso se puede gozar ante los preparativos de un divorcio, como fueron con los del matrimonio? Evidentemente no. El divorcio es una enfermedad en el matrimonio. Tanto así, que me viene a la memoria una anécdota que mis compañeros de Derecho del colegio, de seguro recordarán: el profesor estaba explicando el funcionamiento de la sociedad conyugal y de los efectos que se generan con la separación de bienes (capitulaciones). Entonces un compañero -con patente visión futurista- inició una serie de preguntas sobre cómo podía proteger mejor su cuantioso patrimonio: ¿Y las acciones que tengo en una empresa pueden no entrar a la sociedad conyugal? ¿Y mis terrenos? ¿Y si tengo carros? ¿Si tengo una casa en Miami también entraría a pesar de que sea otro país? ¿Puedo poner mi casa de la playa también en las capitulaciones? Fueron tantas las preguntas que fue cuestión de minutos para que otro compañero grite: "Broder, sólo cásate bien y no molestes". Sabio consejo para haber sido tan sólo un chico de 18 años.

       A lo largo del siglo XX –la época de la postmodernidad- se han realizado reformas a la legislación de los distintos países, reformas a escala mundial, en las que se faculta a las personas a romper con el vínculo matrimonial. Este problema es tan actual que, por ejemplo, Chile recién legalizó el divorcio el año 2004 y aún existen unos pocos países en donde aún no ha sido legalizado. El divorcio, que se lo ha luchado como un “derecho” de las personas no ha sido otra cosa que en una silenciosa destrucción de la sociedad, y creo firmemente que su desarrollo se ha derivado directamente de la cultura posmoderna. A continuación se expondrán las razones que vinculan al divorcio y la cultura postmoderna.

       Entre las diversas características de la cultura postmoderna encontramos primeramente al “Reduccionismo intelectual”. Esto implica que sólo es racionalmente válido lo que se puede experimentar y calcular; por ende, se desprestigia a la Metafísica, a la Filosofía y a la Antropología. Estas ciencias, son las que se preguntan por las verdades últimas del hombre, del ser y del mundo. Si es que estas ciencias no tienen validez, resulta nulo todo aporte que ellas pretendan dar sobre la dignidad de la persona humana, sobre la naturaleza o la esencia del hombre, o sobre la inmutabilidad de las instituciones naturales. Una segunda característica de la cultura postmoderna es “El predominio de la razón técnica e instrumental”. Esto implica que el hombre adquiere un modo de pensar práctico, dirigido a la acción y no al conocimiento teórico. Se da un mayor énfasis en el cómo; y el por qué o el para qué se dan por supuestos o quedan relegados al segundo plano. En consecuencia, se cae en una especie de relativismo sobre ciertos temas que de por sí no lo son, como en el caso del matrimonio. Se olvidan de que, este,  por ser una manifestación del actuar humano, también tiene unos límites intrínsecos que se derivan de la naturaleza del hombre. Lastimosamente al dejar del lado estas consideraciones de enorme trascendencia, el matrimonio cae en un relativismo donde el legislador con su técnica especializada, queda a su arbitrio para decidir qué considera como un “matrimonio” y cómo, este, se lo puede disolver al simple capricho de lo que él disponga en el ordenamiento jurídico.

       Otra característica de la posmodernidad es “El carácter lingüístico de la comprensión”. Como consecuencia de la crisis en la metafísica – de hecho esto ocurre en todas aquellas ciencias de un elevado nivel de abstracción, como la Gnoseología- y como consecuencia del desarrollo de las ciencias sectoriales, se ha reconducido a dar credibilidad a lo que determinada ciencia diga. Resultado: un reduccionismo. Las ideas de carácter más personal, se escapan del ámbito in stricto sensu científico y por ende se ven determinadas por contexto lingüístico; ergo, se relativizan. En este sentido las más íntimas convicciones, la moral, -y dentro de esta, la concepción del matrimonio- tienen únicamente aplicabilidad en el ámbito privado. Es decir, que si tú consideras que el divorcio está mal, pues no te divorcies. Pero tampoco pretendas imponer esa creencia a los demás, porque es relativa. La postmodernidad, ha traído aspectos positivos como la especialización de las ciencias y en consecuencia su gran desarrollo. Lo triste es que, parece ser, que han olvidado como armonizar todos estos conocimientos. De esa manera, dejan al matrimonio como una simple institución social, relativa y cambiante.

       El resultado de esta crisis postmoderna tiene cuatro grandes connotaciones que a su vez, se ven reflejadas en el divorcio: crisis de la sabiduría, reduccionismo antropológico, relativismo y pérdida de la prudencia. De la primera ya se habló ut supra, pues sin sabiduría el hombre está privado de los puntos de referencia para orientarse e identificar el rumbo de su existencia. Por ende se cae en un relativismo en el que no hay un bien o mal objetivo. Si es que no hay un bien y mal objetivo, el divorcio queda como una institución al arbitrio de las personas y su regulación se desprende del gobernante de turno que puede imponer sus creencias a través del poder. Simultáneamente se desconoce que existan unas “reacciones antropológicas” como fruto de una ruptura matrimonial. Parecería entonces que el divorcio no constriñera y afectara a lo más profundo de la persona, sino que es algo que se puede unir y cambiar como una prenda de vestir. Vendría a ser algo simplemente accesorio. En consecuencia, se ha degenerado con una progresiva frecuencia en una pérdida de la Prudencia. En general, parecería que el matrimonio ya no es una cuestión que requiera de mucha preparación. “Nos casamos mientras estemos felices y si no funciona nos divorciamos”, esa parecería ser la postura de mucha gente en la actualidad y gracias a esto, los más afectados han sido los niños. Se ha perdido la prudencia al elegir a la persona con la que uno se va a casar. Pareciera que lo que se tiene en consideración es: “me gusta” o “estamos felices”. Se han dejado de plantear “¿a esa persona la veo como la futura madre de mis hijos?”, o “¿Seremos capaces de formar una familia juntos?”.

       Derivado de todo esto, además de un egoísmo latente, incluso se ha perdido el valor de la vida. Son pocos los padres que ven en los hijos, su fuente de alegría. Más bien estos, parecen ser una carga. Ya lo dijo un sabio “Merece también nuestra atención el hecho de que en los países del llamado Tercer Mundo a las familias les faltan muchas veces bien sea los medios fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la vivienda, las medicinas, bien sea las libertades más elementales. En cambio, en los países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad consumista, paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro, quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas humanas; y así la vida en muchas ocasiones no se ve ya como una bendición, sino como un peligro del que hay que defenderse.”[1] Tanto se ve así, como un problema, que incluso un divorcio puede ser más rápido si es que no existen “problemas que resolver”: los hijos.

       Cuando veo a la sociedad actual, me siento bastante impresionado. Somos una sociedad que proclama libertad pero que se queda callada ante los problemas; y sigue cual mansa ovejita a los postulados que dicten otros. ¿Dónde quedaron los revolucionarios del 68 que buscaban impedir el aplastamiento de ideales ajenos? ¿Dónde quedó mi derecho a reivindicar lo bueno, justo y verdadero? En los últimos años han existido cientos de abusos y de atropellos a los derechos de determinados grupos. Por ejemplo, so capa del “Estado Laico” han quitado a los padres su derecho de educar a sus hijos en la religión (v. gr. en las escuelas públicas), a manifestar la fe públicamente, se han retirado imágenes religiosas de hospitales, entre otras cosas. Creo que la única solución posible es ahogar el mal en abundancia de bien. Exactamente lo mismo sucede con el divorcio. Creo que es necesaria toda una campaña para reivindicar la verdadera dignidad del matrimonio y la aberración y perjuicio que causa el divorcio en nuestra sociedad. Por ejemplo, existe un reconocimiento de facto para la unión de hecho, pero ¿por qué ya no existe un reconocimiento de facto  de igual manera para la separación de hecho? Es decir, a veces verdaderamente la convivencia se puede tornar insostenible y es necesario que los cónyuges se separen temporalmente. ¿Qué sucede con aquellos que prefieren vivir momentáneamente separados para así poder arreglar sus asuntos? Se ven obligados a tomar una opción que repugna a la conciencia de muchos: el divorcio. Se debería reivindicar aquella medida legislativa tan prudente como la separación judicialmente autorizada, que no terminaba la sociedad conyugal pero ayudaba a que temporalmente los esposos se dieran un espacio -a veces necesario para reconstruir un matrimonio- pero sin descuidar temas patrimoniales ni el régimen de los hijos. Después de todo, los más afectados siempre son los niños.  

       Un buen amigo me hizo pensar mucho cuando una vez me contó que los gobiernos suelen dar derechos que en verdad son "desechos". Se refería a la postura legislativa de "vamos a darles este 'derecho' a este grupo para que no moleste más". Sin preocuparse -de verdad- si aquello que piden es lo más conveniente para ellos. Bastaría recordar el significado etimológico de política (polis: ciudad - ethos: camino, guía) para recordar que son los políticos los encargados de velar por el mejor camino, la mejor solución, para sus conciudadanos y no lo más fácil.   



[1] Karol Wojtyla, 1981

domingo, 29 de noviembre de 2015

Hay una estrella

                   Apago mi tabaco y tengo que entrar a la clase de Inglés. Me siento en el puesto de siempre. Son las once de la mañana y aunque ya salió el sol; ahí estás tú, parado en la puerta con tu chompa de esquimal, mirando a la profe: "Excuse me teacher, may I come in?". Ella te mira, y dice "Of course Diego". Te sientas en el último puesto justo atrás mío, mientras notas que aún estoy terminando el deber. -¿Bro, era para hoy?  -¡Si ñaño!  Te ríes tan descomplicado como siempre y sólo dices -Bueno, préstame para tomarle una foto. Guiñas el ojo y sonríes. Después de un rato me enseñas la última canción con la que estás traumado: "Revolution Begins" de Arch Enemy. Te comento que la guitarra está espectacular y me dices: -No, escucha la letra.

                ¿Como describirte hermano? Tú eres el rock, esa es la única música permitida en tu nave. Y cuando te cortaste el cabello y te quitaste tus botas de cuero seguiste siendo el rock. Jamás dejarás de serlo. Eres todo un personaje, amante del Death metal y de las actividades rústicas. Culto hasta la última gota. Nadie sabe más de la historia prehispánica, la colonización española, religiones alternativas y culturas tan extrañas que haces dudar hasta de su misma existencia. Tienes detalles únicos con los que te rodeamos: en clases de lógica llevabas chupetes a algunos para "endulzar el día"; con otras tienes la manía de saludar robando la nariz aunque no les guste y a otros, no hay clase que no nos des un abrazo. No perteneces a ningún grupo, porque tú eres el grupo.      
                Te mueres de risa con nuestros chistes machistas, pero ambos sabemos que eres un gran caballero. Pides que te presenten amigas -a cualquiera- pues da igual, siempre sales con tu "yo las amo a todas" y al final las llamas "mujer" a cada chica, para no hacerte líos. No te importan los juicios ni prejuicios de quien te escuche. Contigo se puede hablar de lo más importante: de Dios y de chicas. Impones tu manera de pensar con calma y sutileza, y hasta con malas palabras, pues cuando hay que decir algo se dice y punto. Sin complicaciones. Eso es algo que no se encuentra en muchos: sinceridad.

Me quedas viendo y aún estas extendiéndome tu mano con los audífonos. Cierro los ojos y escucho en el fondo:
Since the day that you were born the wheels are in motion
Turning even faster – play your part in the big machine
The stage is set, the road is chosen
Your fate preordained

Súbitamente suena el despertador y esa canción se hace un eco lejano. Empiezo a notar un frío a mi alrededor. Siento que todo se desvanece y cuando abro mis ojos ya no estás ahí. Te estabas despidiendo y no me di cuenta. Me pongo mi camisa y corbata negras para ir a darte, no un adiós, sino un hasta luego. Me preocupa el hecho de no volverte a ver, prendo mi iPod y termino de escuchar la canción. Una pequeña brisa me roza y siento un abrazo mientras la canción dice: We are watching you – every step of the way

                Me pregunto si se puede conocer a alguien en tan solo meses. No, creo que ni si quiera una vida entera al lado de alguien es suficiente para descubrir la infinidad de maravillas que pueden esconderse en una persona. Sin embargo, tan solo meses es suficiente para tratar a una persona, para convertirse en compañero, en amigo, para quererlo... y tan solo meses es suficiente para extrañar a alguien para toda la vida. Sobre todo si ese alguien que se ganó el cariño de muchos, tan solo con una sonrisa, con una broma, con su sincera amistad. Hoy brilla una nueva estrella en el cielo que nos dice "Ama y ponte bien"; porque, quien en vida fue una sonrisa, no querrá que su legado sea de lágrimas. Hoy el cielo rockea y alguien fue llamado al concierto en primera fila. Y hoy Diego, tú eres la estrella. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

La música, los filósofos y la amistad (Parte II)

Al hilo de la última publicación, seguimos con nuestro autor invitado dando unas breves pinceladas sobre uno de los valores más importantes que tiene el hombre: la Amistad. Y que, encontrarla y ser encontrado por ella (la Amistad) es una de las aventuras más grandes que un hombre puede experimentar. Después de todo, "un amigo es un tesoro" y "donde está tu tesoro, ahí está tu corazón". Para poder captar la hondura de la Amistad, más que preguntarse sobre presupuestos teóricos de sus "características" o "postulados", debemos preguntarlos quiénes han sido aquellos hombres valientes de vivir la Amistad en toda su plenitud. Por ello continuaremos hablando de uno de los ecuatorianos más grandes de la historia: Juan Larrea Holguín.

I’ll be there for you

El encuentro del amigo es lo primero, pero es solo un instante, una pequeña semilla capaz de germinar o morir. Para que eche raíces se ha de contar con el tiempo: tiempo para compartir, tiempo para ayudar, tiempo para pelear, tiempo para consolar… Sin tiempo no hay más que futuribles, amigos probables, compañeros de ocasión. La frase que más se repite en las canciones de amistad es «I’ll be there» (The Rembrandts, Divas, Jackson Five, Bon Jovi, etc.). Muchas veces se puntualiza «I’ll be there for you». Y esto es esencial a la amistad: estar ahí, gastar el tiempo. Aristóteles señalaba que «es connatural a la amistad compartir la vida con los amigos» (Ética nicomaquea, IX). Por eso suena tan normal oírles decir: «te estaré escuchando aunque no te pueda ver» (Alex Ubago), «no estarás ya solo, yo estaré» (Laura Pausini), «sé que es difícil, pero yo estaré aquí» (Belanova). Quien sólo mira sus cosas no tiene amigos. «Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas; son mis amigos por encima de todas las cosas», canta Amaral. Y en verdad, quien desea tener amigos, debe ponerlos como fin, dejando otras cosas: ha de salir temprano del trabajo, dormir algo menos las noches, dedicarles parte del fin de semana, dejar otras actividades para ir con la pandilla a echar unas risas. 

Sin descuidar los estudios, desde joven Juan aprendió a gastar horas, tardes y fines de semana con sus compañeros; a visitarles, a escribirles, a estar pendiente de sus grandes y pequeños sucesos. Especialmente intensa tornó su vida social en Roma, al cursar la carrera de leyes en la famosa Universidad de la Sapienza. Ahí tuvo la fortuna de conocer a san Josemaría, quien le cambió la vida. Con él intimó, dio paseos por la Ciudad Eterna y aprendió a profundizar en la amistad buscando lo que une, evitando lo que separa. Como a Juan le gustaba escalar montes, durante toda su vida llevó a muchos de sus amigos a este plan. Era la ocasión para charlar horas y horas sobre temas humanos y divinos. La conversación se iba al cielo… Una vez tuvo un despiste. Mientras subía sintió un dolor en los costados de ambos pies, que fue incrementando a cada paso. En la cima descubrió el motivo: ¡se había puesto los zapatos al revés! Estaba tan metido en la conversación, que esta “pequeñez” se le había pasado… 

En las Navidades no escatimaba tiempo para tener detalles con los amigos. En estas fechas escribía tarjetas de felicitación —durante años a mano— a más de 200 personas. También procuraba llamarles en su cumpleaños y dedicar tiempo a todos en las reuniones. Una vez fue condecorado en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador por su aporte a la ciencia del Derecho. En el agasajo fue llamativo verle no sólo con las grandes eminencias y figuras del momento, sino también con los estudiantes que se le acercaban y con todo el que quería hablar con él. La verdadera amistad no mide fuerzas. «Tal vez hay seres más inteligentes, más fuertes y grandes también (tal vez); ninguno de ellos te querrá como yo a ti, mi fiel amigo» (Toy Story). 

La amistad se manifiesta «alegrándose con el que se alegra y condoliéndose con el afligido», decía Santo Tomás, porque «cuando alguien ve a otros contristados de su propia tristeza, se hace como una ilusión de que los otros llevan con él aquella carga, como si se esforzaran en aliviarle del peso, y, por eso, lleva más fácilmente la carga de la tristeza» (Suma Teológica I-II, q. 3, a. 3). En ese sentido Juan procuró asistir a los entierros de los parientes de sus amigos, sabiendo lo que para ellos significaba, y nunca entendió a un individuo que por norma decidió jamás asistir a estos eventos. Quizá en la visita no se cruzaban muchas palabras, pero era el hecho de estar ahí. En esas ocasiones, como dice Roberto Carlos, «no preciso ni decir todo esto que te digo, pero es bueno así sentir que yo tengo un gran amigo». Además, como sacerdote asistió a gente de toda clase, fama y posición social en el lecho de muerte, incluso aunque hubieran sido sus “enemigos políticos” —de corazón Juan no los tenía—, logrando verdaderas conversiones de último momento.

Escrito por: Juan Carlos Riofrío

viernes, 13 de noviembre de 2015

La música, los filósofos y la amistad (Parte I)

Tres clases de personas son las que mejor parecen captar el valor de la amistad: los filósofos, los artistas y los amigos. Los filósofos desde la hondura de su pensamiento descubren la esencia de la amistad, su peso, causas y efectos. Así, por ejemplo, Aristóteles ha observado que «el amigo es el más valioso entre todos los bienes exteriores, puesto que sin amigos nadie puede vivir» (Ética nicomaquea, VIII). Desde otra perspectiva muy distinta los artistas también han sabido recoger muchos aspectos de intimidad y camaradería que se dan en una atmósfera de aparente naturalidad, como «esos buenos momentos que pasamos sin saber» (Enanitos Verdes). La misma Oda de la Alegría fue compuesta para celebrar a «quien logró el golpe de suerte de ser el amigo de un amigo». Frente a la visión teórica de los filósofos y a la emotiva de los artistas, está la perspectiva vivencial. ¿Quién puede decir mejor qué es la amistad sino el amigo? Quizá éste no sea muy agudo de cabeza, ni sepa expresar la amistad en canciones, pinturas o poemas, pero será él quien mejor la defina con sus abrazos y sus risas, con sus desvelos y sacrificios, y hasta con sus mismas quejas. Más vale tener un amigo, que saber qué es la amistad.

Dentro de los millones de “amigos” que hay en el mundo, hemos escogido uno con una vida absolutamente extraordinaria. Este es Juan Larrea Holguín. Al hilo de sus conmovedoras anécdotas, de la música y de la filosofía atravesaremos las tres etapas de la amistad: su nacimiento, su cultivo y la eternidad.

Abrirse a nuevos mundos

«Do you need anybody? I need somebody to love», cantaban los Beatles. Todos desean amar y ser amados. Fuimos creados para amar y nuestro espíritu está inquieto hasta saciar este apetito. La amistad no es un accésit, ni un artículo de consumo, ni menos un producto de lujo. Nadie puede vivir sin amigos, decía Aristóteles, pues representan una imperiosa necesidad de naturaleza. Quien tiene menos amigos es menos humano; el solitario o es un dios o una bestia. Por eso da tanta alegría encontrar un amigo. Quien lo encuentra, como dice el refrán, halla un tesoro: descubre un nuevo mundo de sorpresas, un pozo lleno de proyectos de vida, «un plan para que se hagan realidad los sueños que soñábamos antes de ayer» (La oreja de Van Gogh). En el amigo se cumple a la letra el «build my world of dreams around you, I’m so glad that I found you» (Jackson Five).

Lo primero en la amistad es el encuentro. En la calle aguardan multitudes «just waiting on a friend» (Rolling Stones). Todos quieren tener «un millón de amigos» (Roberto Carlos). Y, sin embargo, la gente a veces tiene pocos amigos porque no sale al encuentro. Se cierran, claudican como personas, ya sea por soberbia, ya por simpleza, ya por pusilanimidad. No nos referimos aquí al sentimiento de pequeñez que, según C.S. Lewis, se siente frente al amigo: un amigo siempre es grande en algún sentido. Nos referimos, más bien, a la pusilanimidad que cohíbe, que frena e impide proponer una conversación a un político importante, a una celebridad o a un empresario de caudales. Otras veces lo que imposibilita la amistad son las ínfulas de grandeza y la pedantería. El que de entrada mira hacia abajo a quienes le sirven, a las personas de menor prestigio, cultura o escala social, o a quienes cuentan menos años, en el acto levanta una barrera insalvable para la amistad. Por último están los simplones, aquellos a quienes simplemente no les interesa la vida de los demás: ya están cómodos, ya nada necesitan. Sólo para un condenado «el infierno son los demás» (Sartre).

Juan tenía muchos amigos porque mucho los buscaba. La gente que más le trató afirmaba que dos eran sus principales virtudes: su enorme preocupación por los demás y su extremada delicadeza en el trato. Juan fue todo: abanderado (por ser el mejor alumno en el colegio), Premio La Salle, Premio Nacional Eugenio Espejo, Premio Tobar… (los premios más significativos del Ecuador) escritor de más de cien libros, abogado ilustre, mejor jurista del país, doctor honoris causa varias veces… a media vida recibió las órdenes y fue obispo de importantes diócesis, etc. Pese a tanto título siempre supo tratar a pobres y ricos, a cultos e ignorantes, a jóvenes y viejos con la mayor sencillez, «con ambiente festivo, con buen humor, sin ningún empaque de solemnidad», según había aprendido de san Josemaría. Desde niño supo hacerse amigo de los amigos de sus padres, hacerle conversa a aquellos que coincidían con él en el barco o en el avión, interesarse por la vida de sus compañeros de profesión, pasarlo bien con sus estudiantes, con sus feligreses y con gente de toda edad y condición. Se interesaba por todos, conocidos y desconocidos. Sin presentación previa escribió a muchos políticos, obispos y empresarios para felicitarles por las obras desarrolladas en servicio de la sociedad. Lo hacía pensando que «cuando uno hace algo mal, todos le caen; pero cuando se hacen obras buenas y hasta heroicas, nadie dice nada». Con tal convencimiento les escribía para animarles y afianzarles en sus decisiones. De esas cartas nacieron muchas valiosas amistades.

Quien desconfía no se acerca, ni llega nunca a encontrar un amigo. ¡Cuántos por ahí no suplican «to have a little faith in me» (Joe Cocker)! Juan confiaba en la gente y la gente se hallaba a gusto a su lado. Se sentían tan a sus anchas que con frecuencia le discutían cualquier asunto jurídico, sin arredrarse ante su prestigio intelectual. Muchos estudiantes y abogados objetaron su parecer en la clase o en el foro nacional, sosteniendo incluso tesis contrarias a la moral. Nada de esto fue obstáculo para que terminaran siendo buenos amigos. Tanto llegaron a estimarle, que un buen día los miembros del partido opuesto a sus convicciones le pidieron que les redactara sus propios estatutos. Juan sabía cosechar amistad hasta de los encuentros más hostiles.

Pero aún esto es decir poco. La preocupación de Juan por el prójimo le desbordaba. Un día iba en su pequeño Volkswagen por la sierra ecuatoriana y divisó dos indígenas que en el camino peleaban furiosamente, piedra en mano. Ya corría sangre por la cara de uno. Paró, se bajó y con prisa fue a separarlos. Al acercarse percibió que apestaban a alcohol. A pesar de su ebriedad, reconocieron la presencia del sacerdote y repusieron: «perdonarás, no más, padrecito, borrachos estamos». Juan dio fin, a las bravas, a esa pelea que pudo terminar en crimen. Otro día, en el mismo camino vio un grupo de campesinos apiñados en torno a algo o alguien. Intrigado paró el carro y averiguó que una indiecita acababa de dar a luz una niña ahí en el camino; iba apresurada al pueblo, caminando, y no alcanzó a llegar. Monseñor recogió a la madre y a la recién nacida, y las llevó a su humilde casita a dos o tres kilómetros del lugar. Ambas quedaron sumamente agradecidas. Para encontrar amigos muchas veces hay que frenar a raya el carro de la vida, bajarse un segundo e interesarse por los demás.

Viendo tan buenos ejemplos, a aquellos timoratos, simplones o soberbios que recelosos aún no se abren a los demás, cabría preguntarles «¿por qué no ser amigos, estar unidos, vivir sin miedo y en libertad?» (Hombres G). ¡Basta de ponernos barreras!

Escrito por: Juan Carlos Riofrío

sábado, 24 de octubre de 2015

Los Tatuajes y la Cultura Postmoderna

        Se inicia el siglo XX. Es 1902 y Pavlov escribe su tesis sobre los reflejos condicionados. 1904: Bracque pinta el primer cuadro cubista y al año siguiente Albert Einstein da a conocer la teoría de la  Relatividad. 1906: Schönberg comienza a escribir los Gurrelieder. Tres años después se desarrolla la teoría cuántica que derrumba el concepto de movimiento. Pareciera que la razón del hombre no tuviera límites. El hombre ha conquistado el mundo, lo puede todo. Y cuando menos se lo esperaba: Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial. La primera con un saldo de 30 millones de muertos, la segunda con 60 millones. Después, Crisis nuclear de mísiles. El mundo está al borde de la autodestrucción. El hombre ha perdido todas sus esperanzas, en los siglos pasados había dejado la fe de lado y ahora la propia razón del hombre casi le lleva a su auto exterminio. ¿Y ahora qué?

      Se inicia la Postmodernidad y el hombre que caminaba erguido sobre la cuerda floja, de repente se ha visto desprendido del balancín de la razón. Deja de estar parado sobre tierra y sus pies se hunden en el pantano. Nos hallamos en medio de un periodo donde parece que los valores quedan al arbitrio de uno, donde reina el sin sentido y la libertad no parece tener una finalidad última. Esto es la náusea, el hombre es una pasión inútil. No hay cultura, no hay identidad, no hay nada. Y en medio de esto, se relativiza todo… El cuerpo ya no tiene un sentido y se lo puede usar al capricho de uno. Y en este contexto, parece ser que tiene una lógica los tatuajes. Si el cuerpo no tiene un valor en sí mismo, yo lo puedo usar como quiera. Cuando he conversado con personas, sobre por qué se hicieron un tatuaje muchos me han respondido: rebeldía, identidad, moda. Y es que al quitar los valores “absolutos” el hombre parece que se ha quedado sin una verdadera libertad. El actuar se vuelve algo cotidiano, y las decisiones no parece que tengan un sentido. Sin embargo, cuando me tatúo tomo una decisión importante, elijo algo que quedará marcado en mi piel para toda la vida. Creo que por su esencia, el hombre tiene un natural impulso a tomar decisiones importantes. Pero al caer en este nihilismo las decisiones importantes tristemente se ven reducidas a expresar en su cuerpo, a buscar mediante un signo distintivo de moda, una identidad, algo que sea propio e íntimo. En el fondo, creo que nadie puede ser feliz verdaderamente si no conocer quién es. El tatuaje, entonces, se ha convertido en una salida a esa falta de sentido, una manifestación un chapoteo en las borrascosas olas de la vida para volver a flote y tener una identidad; es decir, ser alguien.


      Ante este panorama desolador, del Postmodernismo también surgen grandes personas que nos dan una nueva perspectiva, redescubriendo los grandes valores humanos y que gritan a la humanidad “no os desesperéis, sí tiene un sentido la vida”. Ya lo dijo Gabriel Marcel: amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás. Entonces el hombre es trascendente, y la misma vida no termina con la vida sino que va más allá. El hombre aún tiene deseos de grandeza, de superación, aún esperamos la redención. Y es también en este panorama donde los tatuajes tienen un sentido. Ya lo dijo una grande: “el tatuaje es vida”. Cada tatuaje tiene su historia, y cada signo tiene su significado. La vida del hombre es un continuo recomenzar y recomenzar. Un tatuaje representa ideales y memorias; como ver un árbol con raíces profundas y recordar que el amor de unos abuelos es el tronco robusto que sostiene a las ramas con enormes frutos, o ver a aves surcar el cielo y recordar el valor de la verdadera libertad: llegar alto. Los tatuajes son vida, incluso pueden ser la puerta a la misma Vida, la huella de la fidelidad. Jamás olvidaré el estrujo en mi corazón, cuando aprendí que los cristianos egipcios se tatúan una cruz, para no apostatar si es que extremistas musulmanes llegasen a querer hacerles renegar de su fe. Los tatuajes también pueden ser una muestra muy grande de amor. Así que, si uno se pregunta qué relación existe entre el tatuaje y la Postmodernidad primero deberá preguntarse cuán grande es el corazón del postmoderno en cuestión.

miércoles, 1 de julio de 2015

¿Por qué todavía no aprendemos de los errores de los europeos?

Un filósofo famoso dijo una vez: "Genus humanum arte et ratione vivit". Pero, qué sucedería si es que un generación de hombres carece de su propia arte. Creo que la mayor expresión de identidad que existe es la propia cultura. No se puede tener una cultura sin historia. Por eso todos los pueblos con un gran desarrollo histórico, tienen una cultura asombrosa y hasta milenaria. China, Japón, Grecia, Alemania... son países en los que, la historia, se ha encargado de moldear a las personas. Y ¿cómo ha sido el moldeamiento histórica? Guerras, traiciones, venganzas, resurrecciones; junto con,  fe, esperanza y espíritu de lucha. Ya Juan Pablo II lo dijo muy bien en su discurso a la Unesco, ¿quieren ver al hombre? ¡Ecce Homo! ¿Quieren ver al hombre? Ved pues aquí al hombre, coronado de espinas, cubierto por un manto púrpura y con un cetro de caña en su mano, cual rey, y ved su carne escarnecida y azotada. ¿Quieren ver al hombre? ...¡Ved aquí al hombre! Ved a una Europa tan destruida por guerra y por violencia. Ved la Historia, ved a esta humanidad tan azotada y escarnecida por las discordias y violencias. Ved a la humanidad coronada por su soberanía, y con las espinas de sus vicios. Ved a la humanidad con su cetro de poder, para imperar y gobernar sobre los demás hombres. Ved la fuerza de este cetro regir  en el Holocausto.
      Pero el hombre no está solo. Gabriel Marcel lo dijo una vez "Amar a alguien es decirle: tú no morirás". Esta Europa tan flagelada, tan demacrada y destruida no ha muerto. El hombre ha resucitado por el Amor que lo mueve. Ya lo dijo Alessandro D'Avenia: "El amor no existe para hacernos felices, sino para demostrar cuán grande es nuestra capacidad de soportar el dolor". Europa ha podido resucitar y levantarse, porque primero ha caído. No obstante, ¿qué sucede con América? ¿Por qué caemos tan constantemente? ¿Por qué estamos aprendiendo recién a levantarnos? Hace apenas unos 200 años que somos "independientes", y 500 desde que fuimos "descubiertos"? Pero qué son, apenas, dos o cinco siglos en diez mil años de historia de la humanidad. Sin embargo, se puede -y se debe- aprender de los errores de la humanidad. La Primera y Segunda Guerra Mundial, fue mayoritariamente europea. ¿Acaso debemos nosotros caer también en una guerra panamericana, para descubrir lo nefasto de la guerra: que todos siempre pierden? O debemos nosotros tener que re-descubrir la rueda, para poder avanzar aprendiendo de nuestros errores. Es verdad que se deben aprender de los errores, ¡pero no de los mismos! Seguro que Edison estaba feliz de haber descubierto novecientas noventa y nueve maneras de no construir una bombilla, pues en el fondo fueron novecientos noventa y nueve pasos para hacer la bombilla. Pero se revolcaría en su tumba, si es que cada hombre tuviera que cometer esos -ahí sí- novecientos noventa y nueve errores para descubrir su propia bombilla.
      No creo que América tenga mil quinientos años de retraso, porque la cultura no sólo se crea sino que se aprende. Cada persona, cada americano -y no hablo del erróneo gentilicio de americano para los estadounidenses, sino los verdaderos americanos, todos los que vivimos y amamos América-  puede aunar esa cultura hasta hacerla propia. Entonces, ¿Por qué todavía no aprendemos de los errores de los Europeos? Por la educación. El triste problema, es que no nos han querido educar, sino controlar, incluso nuestros propios gobiernos. Y a veces somos lo suficientemente ignorantes o cómodos,  cómo para no protestar. Ya lo dijo Arturo Pérez-Reverte: "Lo que hay que hacer es educar a los jóvenes, no para ese mundo nuevo y maravilloso que nunca va a existir y que cuando se enfrenten a él se les caiga todo el castillo de naipes, sino para decirles que siempre hay un iceberg delante del Titanic, que siempre hay un tsunami en la playa paradisíaca." Sólo cuando seamos educados, y recuperemos ese espíritu pueril de filósofos -acaso hay mejor filósofo que un niño, indagando el porqué de las cosas- solo cuando volvamos a renacer de lo alto, buscando la verdad y el amor, entonces seremos amados y no moriremos. Nuestra cultura se aunará a la de la humanidad, y tras los latigazos y escarnios podrá escucharse una voz con ecos de eternidad: ¡Ecce Homo! Ved aquí a los hombres, libres de sus ataduras y resucitados. Pues todos estaremos en comunión de culturas, en una multicultura, la cultura de la humanidad en donde América, África, Asia, Europa y Oceanía sean aunados, fraternos, solidarios y educados. Una misma cultura para toda la humanidad, pues como dijo Gombrich: "...al final, todos hemos sido humanos".