Descartes
decía que los libros son faros erigidos en el mar del tiempo y que la lectura
es una conversación con los hombres más ilustres de los siglos pasados. Yo
añadiría que, además de los libros, la sabiduría de los siglos pasados se
encuentra oculta en las famosas “frases populares”. Cuán sorprendente es
descubrir los tesoros escondidos, con enseñanzas tan magistrales, en estos
dichos o refranes. Cuántas lecciones de prudencia se encierran, por ejemplo, en
la frase el hombre es esclavo de lo que
dice y amo de lo que calla. Cuántos problemas nos ahorraríamos si
prestásemos más atención a los consejos de los abuelos.
La
falta de atención a los consejos de los mayores, al igual que muchas otras
cosas de la vida, me recuerda sobre la historia del payaso de Kierkegaard. En
él se cuenta que en Dinamarca un circo fue presa de las llamas. Entonces, el
director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, a la
aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas
llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la
cosecha.
El
payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible
hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los
vecinos creyeron que se trataba de un magnífico truco para que asistiesen los
más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso
le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de
explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy
en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más
se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de
maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda
llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las
llamas.
Los
grandes pensadores, filósofos y genios de la historia se han caracterizado por
mostrarse siempre actuales, con postulados perennes, duraderos. Un denominador
común entre ellos, es que tanto sus investigaciones, como sus planteamientos y
tesis se han basado en la observación de la naturaleza, en una realidad
objetiva. Sus propuestas no fueron fruto de un arrebato suelto de inspiración,
del sueño de una noche de Verano, sino de un estudio ponderado y serio sobre
causas y consecuencias. El genio jurídico de Juan Larrea Holguín no fue una
excepción. No en vano, se ha merecido el título del uno de los escritores más
prolíficos del Ecuador. Su pluma tocó diversos temas relacionados con las
humanidades. En derecho alcanza las 200 obras publicadas y en los demás temas
sólo tiene 100 libros. Ha sido el único jurista ecuatoriano que terminó de
comentar el Código Civil de Don Andrés Bello, vigente en el país. Sin lugar a
dudas Juan Larrea supo aprovechar el tiempo, pero sobretodo aprovechar el
tiempo en lo que vale la pena. Por
esa razón, una de sus preocupaciones más grandes -que se refleja en la cantidad
de páginas invertidas- fue el matrimonio y la familia.
Juan Larrea en su libro "Derecho Matrimonial", que bordea las mil páginas,
profetizo en 1985 el desenlace que tendrían la familia y el matrimonio si se
continuaba legislando de acuerdo a corrientes pseudocientíficas y modernistas.
Sobre el avance del divorcio comentaba:
Se sustituye la institución natural y divina por una arbitraria convención
de hombres; se cambian los sólidos cimientos por bases de arena -¿Nos podremos
quejar después de la ruina y destrucción de la sociedad?- (...) Es preciso, por
tanto, si se quiere reformar las costumbres, robustecer la familia, evitar el
avance de la criminalidad y la disminución de la natalidad, restaurar el
matrimonio a su original dignidad y nobleza[1].
¿Qué tan certera fue la profecía de Juan Larrea? ¿Cuál es la realidad
actual del Ecuador? Las estadísticas oficiales nos lo dicen. En 1985 la tasa de
natalidad se encontraba en 32,42‰ y el
índice de fecundidad en 4,21. Para el 2014 la tasa descendió a 20,78‰ y el
índice de fecundidad a 2,54[2];
es decir a la mitad. En 1997, el número de divorcios llegaba a los 8.557. Para
el año 2014, la cifra de divorcios ascendió a 24.771. Es decir, se triplicó.
Hace 10 años el número de matrimonios en el Ecuador llegaba a los 74.036. En el
año 2015 los matrimonios descendieron a los 60.636, mientras que los divorcios
en ese mismo año llegaron a 25.692. Es decir, casi a la mitad. Esto quiere
decir que prácticamente de 2 matrimonios, 1 termina en divorcio. O dicho de
otro modo, cada vez que alguien se casa tiene el 50% de probabilidades que su
matrimonio termine en divorcio.
Siempre
he creído que el principal problema de Ecuador, no es la economía sino la
educación. De qué sirve que una persona genere grandes ingresos si luego no es
capaz de invertirlo correctamente. Muchas veces esta crítica se la ha arremetido
contra nuestros futbolistas, que una vez terminada su carrera exitosa, habían
despilfarrado la plata y se encontraban de nuevo en la pobreza. Es necesario
retornar la mirada a la institución que más frágilmente se encuentra hoy en
día: la familia. Cómo podemos esperar tener un futuro prometedor, si tenemos
niños criados en crisis familiares, problemas psicológicos, depresivos,
familias que se destruyen y se pelean por riquezas en juicios de divorcios… La familia es el núcleo de la sociedad y si
es que retornásemos a los consejos de los grandes pensadores no sólo la familia
se recuperaría sino que todos los ámbitos en donde la familia opera se verían
mejorados: ámbito laboral, social, económico, político… Dicho más sencillamente: salvar a la familia
es salvar el destino de la humanidad.